La agresión: un instinto natural

Te has preguntado alguna vez por el origen de la agresión humana, por la forma tan violenta de ser del hombre. Este texto nos acerca a una reflexión sobre el origen de la agresión.


¿Por qué luchan los seres vivos unos contra otros? Esta pregunta abre sin duda alguna todo un abanico de largas interpretaciones y, por supuesto, da lugar a un reflexión profunda para entender la causa o causas que generan esta agresión y esta reacción de un ser con otro.

Desde la intensa aporreada que podemos observar de dos aves que luchan arriba de un árbol disputándose comida, la agresiva pelea de dos perros defendiendo su territorio, hasta la feroz y mortal pelea de una leona madre que defiende a sus cachorros de leones intrusos, o la pelea con armas entre pandillas, así como las masacres de guerras o grupos organizados. En la modernidad, podemos observar el intenso golpe agresivo que la sociedad tan acostumbrada está a digerir, y no sólo eso, sino que cada vez más observamos sucesos mucho más brutales e ingeniosos de aplicar la agresividad.


Respecto a esto, sería oportuno preguntar: ¿Tiene la agresión una función en la naturaleza? Podríamos quizá responder que sí, que es mediante el instinto de agresión que las especies han logrado sobrevivir. Darwin, desde tiempos más remotos nos hablaba en su libro: “El origen de las especies”, de una lucha por la existencia, (POR MUCHO TIEMPO ENTENDIDA COMO LA SUPERVIVENCIA DEL MÁS APTO, PERO, ESTA ES SOLO UNA LECTURA BASTANTE REDUCCIONISTA DE LA TEORÍA DARWUINIANA, LA CUAL PODEMS ENDTENDER DE MEJOR MANERA COMO: la dependencia de un ser respecto de otro. LA INHERENTE INTEREELACION Y LA COHEXISTENCIA DE TODOS LOS ORGANISMO Y LOS SERES VIVOS. La lucha en la naturaleza  ha sido desde siempre necesaria en todo ser vivo, desde las formas de vida vegetales, las cuales luchan tanto con el ambiente como con otras plantas, hasta la forma de vida animal. Ambas formas de vida, han ido desarrollando las armas necesarias tanto ofensivas como defensivas que les sirvan para su supervivencia.  Inclusive si consideramos que  dentro de nosotros todo el tiempo suceden reacciones de agresión y me refiero más en específico a nuestra constitución biológica. Nuestro sistema inmunológico a diario está luchando contra todas aquellas bacterias y microorganismos que intentan hacernos algún daño, es decir, sin la rápida reacción agresiva de nuestro sistema inmunológico aquellas bacterias logran establecerse y causarnos una deficiencia. Y DESEQUILIBRIO.

Podemos identificar dos funciones principales de la agresión en la naturaleza: la supervivencia de cada individuo y la conservación de la especie. Pero, es importante aclarar COMO YA NOS LO DEMOSTRÓ DE UNA MANERA FASCINANTE CONRAD LORENZS EN SU INTERESANTE LIBRE "LA AGRESIÓN, EL PRETENDIDO MAL" que dentro de esta agresión propiamente natural, es decir, la que se da dentro de las especies animales, no está enfocada nunca al aniquilamiento, a la violencia sin sentido o al placer del dolor, cuestiones que sí podemos identificar en el hombre. EN LA VIOLENCIA EJERCIDA POR EL SER HUMANO

Hablemos un poco de los instintos. Un instinto en primera instancia lo podemos definir como: una pulsión de reacción, que en un ser, contribuye a su supervivencia, un mecanismo innato del comportamiento ejercido en el mayor de los casos sin que se percate de ello, esto es, que se mantienen dentro del inconsciente. Los instintos parecieran ser esa pulsión o esa fuerza que mueve la vida en general. Estos instintos además, se relacionan entre sí, por ejemplo el instinto de alimentación despierta el instinto de agresividad, es lo que mueve a cada especie a buscar y cazar sus alimentos, en el hombre por ejemplo, podemos percatarnos de esto, cuando alguna persona tiene hambre se muestra de mal humor, SON precisamente estas fuerzas instintivas lo que lo llevan a actuar de tal forma.  Lo mismo sucede con el instinto de reproducción, dentro del acto sexual, dentro del “amor”. Se ejerce una agresividad impresionante, desde la seducción en la cual se involucra y siempre está enfocada hacia una especie de competencia, donde incluso se tiene que demostrar que tan fuerte se es, hasta el mero acto sexual donde se tienen a dos animales literalmente poseídos por los instintos, es decir fuera de toda razón. Esto se puede ver muy claro también en los animales, en los rituales que ejercen antes del momento de la copulación, los gansos por ejemplo, dónde el macho tiene que mostrar su fuerza para que la hembra lo acepte sin reparo, o el tan famoso ritual de la mantis religiosa, la cual devora gustosa la parte delantera del macho mientras en la parte de atrás se lleva a cabo la copulación. Es el instinto pues, lo que nos recuerda nuestro verdadero origen, lo que nos muestra nuestra verdadera naturaleza, lo que nos marca como auténticos animales a pesar de todos aquellos intentos de alejarnos, de creernos superiores, de parecer civilizados. El instinto es algo de lo que nunca nos podremos separar. Es el instinto, nuestro contacto más directo con la naturaleza, lo que nos enseña de dónde venimos.


Hablemos ahora del instinto de agresión en el hombre. El ser humano desde muy pequeño muestra su naturaleza instintiva, aquellos pequeños “polimorfos” que actúan totalmente impulsados por instintos, que carecen de toda moral. ¿Qué es aquel primer reclamo que ejerce el niño cuando siente en sí el instinto de alimentación?  Hablo del llanto del niño, no es otra cosa sino una manera de agresión, es decir, el ruido que produce el llanto del niño es en cierto modo un estímulo aversivo,  y que produce dentro del adulto un estado estresante. No obstante, éste es un claro ejemplo de la función de supervivencia de la agresión. Si no fuera por ese estímulo agresivo y estresante que produce el llanto, la madre no se levantaría a alimentarlo. La reacción que debió de tener el primer primate al sostener sobre su mano una hacha de piedra y percatarse de que podía ejercer un daño a su congénere, debió de haber sido la misma reacción que tendría un niño. El hombre, no sólo ha ejercido este instinto de agresión para su supervivencia, sino que  además se perfeccionó en la técnica de matar. Algo muy propio del hombre es el perfeccionamiento de la técnica de matar. Él mismo ha buscado los medios para quitarse de encima aquellas inhibiciones morales, haciendo que no sienta directamente las consecuencias de matar. Para eso el hombre, “sabio” e “inteligente”, puso en marcha toda su maquinaria de la razón, creó las armas a distancia. Jalar un gatillo no tiene la misma reacción dentro de las fibras sensibles del hombre, que matar a golpes a otro ser.


El hombre moderno está sometido a una aceleración brutal dentro de nuestro desarrollo  económico-político. El ritmo de trabajo del hombre moderno sin duda es un claro ejemplo de una evolución errónea, una evolución apresurada, siempre a fines distintos de nuestro mejoramiento como especie. Toda esta serie de hechos han provocado toda una explosión de los impulsos humanos, un descarrilamiento y aprovechamiento del instinto agresivo. Y precisamente  aquí, es donde se encuentran los principales efectos nocivos de la agresión humana. Dentro del hombre se ha desarrollado un tipo de agresión distinta a la instintiva, a la agresión natural, teniendo una agresión  que no es estimulada por ningún tipo de emoción, siendo así el único objetivo el de dañar a la víctima. Es producida por cuestiones sociales, es decir; status, poder, dinero, diversión o entretenimiento. Algo muy propio de la bestialidad humana. La agresividad entonces, deja de ser ciertamente un instinto natural y evoluciona ahora a actos violentos. La violencia se presenta como una descomposición, como una patología de la agresividad natural. El hombre ha dejado de ser animal y ahora se ha convertido en bestia.


El hombre moderno, el “hombre bestia”, imagen de la naturaleza y de sus instintos, que tan desconectado está de su origen, que tan acostumbrado está a la violencia, que se ha perdido dentro de sí mismo, en las oscuras tinieblas de la naturaleza. Necesita aprender y aprehender de nuevo la naturaleza, necesita despertar de su largo letargo impuesto por la mala utilización de la maquinaria de la razón. Ese hombre que algún día habitó en el corazón mismo de la naturaleza, que mostraba raíces en lugar de piernas. Necesita reconocerse como destello infinito del universo, como el último grito evolutivo, necesita ser más animal que humano. Para hacerlo, es necesario expulsar de nosotros la razón inservible, razonar mediante una armonía con la naturaleza. Es necesario renunciar voluntariamente a una cultura excesiva. Es necesario aprender a canalizar los instintos, de un modo inteligente, responsable y sobre todo bello.

Aprender a enfrentarse con sus momentos instintivos muestra la verdadera fuerza del hombre, el verdadero conocimiento de sí mismo. La meditación, por mucho tiempo ha servido como una práctica inhibidora de los instintos, que funciona para enfrentarse en el momento justo de la explosión natural del hombre, funciona  como un equilibrio entre la fuerza espiritual  y la fuerza instintiva del hombre.
 


No obstante, en mi punto de vista, el más alto control de los instintos de la naturaleza, es aquel que trasciende, que crea, que contribuye al mejoramiento de la humanidad.  De ahí la necesidad por aprender a sublimar los instintos, es decir, pasar directamente de un estado agresivo a un estado creativo. La propuesta pues, es el arte. El fin más puro, el destello más hermoso creado por el hombre, el arte como fiel representación de la esencia natural del hombre. El animal racional necesita de una actividad creativa para no perderse en su razón, necesita de la creatividad para expresar su naturaleza, necesita la metamorfosis de sus instintos naturales. Necesita representar y sentir su propio dolor, su sufrimiento, su bestialidad, su instinto de vida y de muerte, necesita hacer de sus instintos poesía, convertir ésta en su más grande virtud. Ser poseído por la belleza, tomar los instintos como sus más grandes musas, pues sin el arte, toda la cultura está desconectada de su fuerza natural.

Si te interesa más el tema te recomiendo los siguientes textos.

-Lorenz, Konrad. Sobre la agresión: el pretendido mal, Ed. XXI Siglo veintiuno editores, México, 1971.
-Darwin, Charles, El origen de las especies, Ed. Libros en red, primera edición México. 2004 www.librosenred.com


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