Los vacíos que van quedando

A lo largo de nuestra vida, cada experiencia nos va marcando de algún u otro modo, cada experiencia va quedando plasmada en el lienzo de nuestra vida. Si pudiéramos ver ese lienzo descubriríamos diferentes formas y colores, descubriríamos que aquél lienzo no tiene una sucesión definida ni un orden determinado, a lo mucho percibiríamos ciertos ritmos que se van tejiendo en desorden, ritmos que oscilan entre la claridad y la oscuridad.

La experiencia de la muerte siempre resaltará en nuestro lienzo de vida, la muerte se dibuja con figuras y colores imperceptibles para nuestra razón, la muerte sólo se entiende con la intuición de los sueños, con las percepciones de la imaginación. La muerte aparece en nuestro lienzo como huecos o vacíos entre pincelazos de vitalidad. Del mismo modo que el ritmo musical se compone de sonidos y silencios, el ritmo visual de nuestro lienzo se compone de imágenes y vacíos. 

Cuando alguien cercano a ti muere, la experiencia resulta dolorosa, las entrañas calan y el vacío se hace patente. La muerte para el inconsciente se presenta como una ausencia, como un vacío, y eso es precisamente lo que duele: la ausencia y el vació que aquella persona deja.
Acabo de enfrentarme ante la experiencia de la muerte de un ser querido, su ausencia quedará marcada en mi lienzo para siempre. El vacío que mi primo ha dejado, solamente puede ser llenado por los recuerdos, aunque evidentemente este vacío y ausencia no podrán llenarse jamás, es bueno tener la memoria y con ella los recuerdos. El recuerdo más cercano que tengo con él, es hace apenas unos meses, quizá siete, no lo sé, cuando me obsequió el libro sobre "La Filosofía de Dr. House", un libro que terminé de leer dos días después que me lo obsequió. Los recuerdos van floreando conforme abres la gaveta de la memoria, y recuerdo también que, hace algunos años atrás, a mis 14 o 15 años, cuando nos frecuentábamos más, asistimos a unos XV años de la niña que a él tanto le gustaba, y que resultó ser la amiga de Ana la persona a la que ahora amo. (De echo debo de confesar que él me animó y casi me insistió para que yo anduviera con ella. Ahora se lo agradezco infinitamente.) Yo realmente no quería asistir a esa fiesta de niños ricos y presumidos, pero él terminó por convencerme que lo acompañara, recuerdo que me tardé más de dos horas para convencerlo, ahora yo, de que le diera una pequeña medalla que llevaba guardada en una cajita y que por esa pena de adolescencia que siempre nos invade no había querido dársela, finalmente terminó por dársela y ponérsela él mismo en el cuello. Creo que esa fue la última vez que se vieron. Al final de la fiesta, todos se empezaron a ir en los carros de sus padres y sólo nos quedamos los dos afuera del saloncillo a la media noche. Entre la plática y algunos tragos encima caminamos más de dos horas por las calles de villacoapa hasta acercarnos a su casa.

En fin, no quería alargarme demasiado, pero en ocasiones cuando uno comienza a recordar y a escribir, las manos se mueven solas. Es bueno tener los recuerdos, pues calman esa dolorosa ausencia, y, aunque esos vacíos quedarán ahí por siempre, el recuerdo puede llenarlos por algunos instantes.    
Siempre te recordaré como una persona infinitamente noble. 

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